Todas las mañanas desde hace ocho años, mi madre me manda una felicitación al móvil: "Felicidades hija, hoy es tu cumpleaños". Y siempre me manda el mismo mensaje.
Hace ocho años, terminé una relación tormentosa y aniquiladora para darme otra oportunidad más. Era muy temprano por la mañana, y acababa de llegar al andén de Atocha, el que deja a la gente que viene desde Móstoles. E iba pensando en todo lo que me quedaba por hacer en ese día que comenzaba; trabajar, ir al gimnasio al medio día, seguir trabajando y salir libre a disfrutar de mi nuevo tiempo libre, de mi recién estrenado traje de amor con Jose, y de mis padres, de los que me había alejado tristemente.
Primera explosión; todos los que estábamos tratando de subir por las escaleras mecánicas nos miramos aterrados, llamé a mi madre para intentar avisar a mi padre que no cogiera la Renfe, que parecía que se estaba produciendo una avería; segunda explosión en directo, y me recuerdo gritando a mi madre: MAMÁ, MAMÁ... estaba aterrada. Y mi madre no hacía más que decirme que saliera de allí. Luego, el silencio, la salida afuera, la vida que sigue, los autobuses pasando, los ciudadanos a lo suyo... y yo sólo podía llorar y pensar que eso no era una avería, que eso era algo más gordo. Según llegué al trabajo pusimos la televisión y poco a poco se fueron conociendo las noticias.
Hoy mi reflexión no la centro en mí, ni en todos aquellos que perdieron la vida o alguna parte de sí mismos. Hoy pienso en lo que recibieron nuestras llamadas, en lo que llamaron y no obtuvieron respuesta, en lo que vivieron la angustia de perder y de estar perdiendo a alguien, y no poder hacer nada.
Hoy mejor que nunca puedo entender la angustia de aquellos que nos quieren y que no pueden protegernos.
Mi oración por todos, absolutamente por todos.